YA NO SOY NATURAL

Cumplir 33, mirarme al espejo y verme como un cromo ha sido el detonante que me ha llevado a venderme a la industria de la cosmética. A tener que confesar que “ya no soy natural”.

A renegar de lo que he llegado a decir sobre este vasto mundo de cremas y demás potingues de cuidado personal. Que si no sirven de nada. Que si se deben al marketing. Que si preocuparse por el físico es pura superficialidad

Y lo hago a sabiendas de que es poner parches al imparable rastro del paso del tiempo, que seguirá avanzando a la misma velocidad.

Siendo consciente que cada tarrito contiene 99 gramos de ilusión por cada uno de acción.

Sin dejar de pensar que la auténtica belleza está en el interior, y que para ésta todavía no se han descubierto cremas regeneradoras.

Pero aún y así, con receloso escepticismo, paso a ser una consumidora más. Por darle la virtud de la duda. Por si sirven de algo. Por no estar fuera de juego en un triste mundo en el que la imagen es el rey.

Básicamente por esto, a los 33, yo también caigo, en el ya sobado “porque yo lo valgo.”

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