A pocas semanas de las fiestas navideñas, andaba yo buscando qué regalar en tan apreciadas fechas. Algo desorientada, me metí en un boulevard, sin ser consciente de las consecuencias que tal inocente acto sería capaz de desencadenar…
De repente, una sonriente chica (Camila) me ofreció una muestra de crema. No supe decir que no a tan cordial manifestación de amabilidad. Tras mi agradecimiento, me solicitó un par de minutos para mostrarme cómo se debía aplicar. Como no abandonaba su inseparable sonrisa, pese a mi inexistente interés, no supe cómo poderme negar.
“Si me permites que te diga, tienes una bonita piel mixta. Pero aunque no tienes arrugas, se te ven muy marcadas las líneas de expresión.”
Éste fue su siguiente movimiento. A través de esta (presuntamente inocente) frase, se posicionaba como experta (detectando a simple vista mi tipo de piel) establecía una buena conexión (“no tienes arrugas”, “tienes marcadas las líneas de expresión”, grandes eufemismos para alguien a quien la edad no perdona…, como os adelanté en un pasado post).
En éstas, me empezó a aplicar la crema. Pero únicamente en media cara. La muy astuta rescató la legendaria técnica publicitaria del “antes y el después”, y tras una breve espera me mostró la diferencia.
Llegados a este punto, y aprovechando mi sorpresa, me lanzó una seductora oferta por comprar en ese preciso momento (el recurrente recurso comercial del “ahora o nunca”). Sin desperdiciar, acto seguido, la oportunidad de seducirme con una oferta mejorada en el supuesto de que me llevara dos.
¡Y no os lo perdáis! Para acabar de rematar la jugada, me ofrecía ser “clienta VIP” (lo cual teóricamente se haría tangible en una serie de increíbles beneficios), por el simple hecho de darle el móvil tras la compra.
Y aquí es donde debo confesar que a mí,
- Profesional de marketing (conocedora de las más sofisticadas técnicas de promoción).
- Que víctima de la crisis, salía con un ajustado presupuesto para regalos navideños.
- Que siempre ha mirado con absoluto agnosticismo los potes de cremas.
A mí, Camila me hizo cliente VIP, tras engatusarme su oferta especial de “no uno sino dos” packs, por “comprar ahora” su lote de cremas.
Y es por esto que ahora, con una clase magistral de técnicas comerciales a la espalda, media cara más tersa y brillante, y sin un duro para regalos navideños, no se me ocurre decir otra cosa que “Qué grande eres, Camila”.